De este triste episodio surgen reacciones emocionales y observaciones fácticas. Ya lo que corresponde a la ley, normas regulatorias y accionar de la justicia, se encargarán (“Engaú, encargarán”, dirían los goyanos) los funcionarios correspondientes.

En el caso de Ramón, nadie pretende estigmatizar al adolescente, pero esto sucedió y es de buena gente hacerse cargo. Se trata de señalar la diferencia entre accidentes y situaciones que no lo son. En este supuesto, estamos en presencia de un “boludito” de 16 años manejando a enorme velocidad un día martes a la medianoche. Punto. Imaginamos que se investigará si había ingerido sustancias incompatibles a la hora de manejar, más allá de que no le es permitido por su edad.

Daría la sensación que en el entorno del insultado joven piensan en la mala suerte que tuvo…. Claro, qué puta, che, justo haber pasado por arriba a un perro tan conocido y querido. Perrito que lloran niños de la escuela a quienes acompañaba; remiseros que lo extrañan; gente de la ciudad que lo mimaba; un veterinario muy conocido y respetado que se ocupaba de su atención, su presencia en desfiles militares, actos, misas, etc.

Uno se pregunta si este tipo de situaciones ocurrirá más de una vez, pero ni se sabe porque el atropellado es un animalito ignoto o andan como bólidos sin chocar a nadie. Y surgen frases que definen a las personas que las dicen: “Tanto lío por un perro”, “Bah, al final, era un callejero”, “El pibe ni se dio cuenta” “Angá, no lo vio” “Y bueno, a cualquiera le puede pasar”
No queda claro si este adolescente infractor, que acabó con la vida de Ramón, supo lo que hizo.

Tal vez, no nos enteraremos jamás si es cierto que no registró lo sucedido: medianoche, en zona céntrica, manejando a velocidad máxima. Es muy raro que no lo haya visto, rarísimo. Es muy difícil de creer que no se haya dado cuenta de nada.

Imagino que el chico tendrá mamá y papá, quiero creer que asumen la situación, no como desafortunada, porque la edad, el abandono al cadáver, la falta de dar la cara con humildad, el vehículo, la velocidad, la hora, no son inventados por los que amamos a Ramón.

En mi opinión -reitero- no se debe estigmatizar a nadie, pero sí exigir del propio adolescente y su entorno, humildad, empatía, respeto y, por favor, que no se victimicen, sería ridículo, una falta de respeto e injusto.