Su esposa, Teresita Cima de Acosta, es la responsable de la edición de “La Mirada Ajena”, libro post morten del Ciudadano Ilustre de Goya José Virgilio Acosta. Sólo su currículum sería motivo de una nota en especial, pero nos vamos a limitar a reproducir un artículo suyo publicado en El Litoral el 7 de noviembre de 2002, que lo pinta de cuerpo entero.

¡Bienvenido, Alzheimer!
Por el Dr. José Vírgilio Acosta
Esa señora tan simpática que vino ayer de visita a casa era -me cuentan- nuestra hija.
Para mí, sólo un rostro amigable, pero desconocido.
Justamente, una de las prevenciones acerca de ésto tan raro que me ocurre es que empieza con la pérdida de los nombres propios:
¿Cómo se llama este señor que se ha detenido a darme un apretón de manos? No lo sé. Y es inútil que me torture tratando de adivinarlo.
A veces intento superar el papelón, mediante una treta que suele darme resultado:
-¿Y qué hay por allá?
(Allá es Goya, desde luego)
Pero esta vez no tengo suerte:
- ¿Allá?
El buen señor me mira extrañado y se despide rápidamente. Quizá habrá advertido algún otro síntoma, mi palidez de ahora, por ejemplo. Pero ese es mi color de ahora para siempre. Será mi color de estar muerto.
Ronald Reagan no reconoce ya a nadie, salvo, quizá a su esposa Nancy. Ni siquiera recuerda haber sido presidente de los Estados Unidos. Y eso puede ser una bendición que probablemente Reagan no merezca. Borrar de la mente lo ocurrido en el mundo, desde hace cien años (y lo ocurrido en Argentina, y en Corrientes) supone despejar el tiempo que quede por vivir de los escombros de un mal sueño.
(Quizá lo mejor que pudiera sucedernos es que todos nos olvidemos de todo)
José Hernández lo propuso en la penúltima estrofa del Martín Fierro (La Vuelta):
...Es la memoria un gran don/calidá muy meritoria;/y aquellos que en esta historia/ sospechen que les doy palo/ sepan que olvidar lo malo/ también es tener memoria...
Si eso fuera posible, al llegar la hora de la oscuridad me gustaría retener un puñado de imágenes y percepciones: la voz de alguno de mis nietos llamándome por el nombre que ellos y yo sabemos; un recodo del Santa Lucía iluminado por el último sol del ocaso, la sonrisa de la mujer que he amado, unas líneas de Neruda, puedo escribir los versos más tristes esta noche>...); el olor de las flores de paraíso en un callejón de las afueras...
Desde la madurez me preocupó la idea de que más tarde o más temprano me asaltaría en algún momento del futuro esa maldición que los médicos llaman Alzheimer. Para cualquier profesión, por accesible que fuere su ejercicio al ser humano, importa, según su intensidad, dificultades insalvables: ya mismo, mientras escribo, debo sacrificar una considerable cantidad del escaso tiempo de lucidez que me queda, en sustituir una frase, hallar el adjetivo que corresponda o modificar uno ya inserto en un párrafo anterior.
Y para evitar posibles arrepentimientos, hice pública confesión de mi temor: el jueves 7 de noviembre de 2002, apareció en "EL LITORAL" de Corrientes lo que decidí fuera mi última nota: "BIENVENIDO ALZAHEIMER".
DIARIO EL LITORAL Corrientes - Jueves 7 de Noviembre 2002