El candidato de derecha obtiene el 58,6% de los votos frente al 41,4% de la candidata oficialista; se impuso en todas las regiones.


Esta vez no hubo sorpresas. Con el 58,61% de los votos y una ventaja cercana a los 20 puntos, según los resultados oficiales parciales, José Antonio Kast arrasó en el balotaje presidencial y selló de manera categórica el regreso de la derecha a La Moneda. Con una campaña centrada en la seguridad, la migración irregular y el desgaste del oficialismo, el líder del Partido Republicano se impuso con amplitud sobre la candidata comunista Jeannette Jara, que obtuvo el 41,39%, y se quedó con la presidencia de Chile.
La confirmación llegó desde su propio comando. “José Antonio Kast es oficialmente el presidente electo”, señalaron sus colaboradores más cercanos, al tiempo que informaron que el candidato ya había recibido la llamada de Jara para reconocer el resultado.
La elección se desarrolló en un clima de participación masiva, impulsada por el voto obligatorio, aunque el porcentaje final del padrón aún no había sido informado oficialmente. Con los cómputos ya avanzados, el triunfo de Kast adquirió un carácter plenamente histórico: con 6.084.364 votos, se convirtió en el presidente más votado de la historia de Chile, superando no solo la marca de Sebastián Piñera en 2017, sino también el récord previo de Gabriel Boric en 2021. El dato refuerza la magnitud de una victoria leída tanto como un respaldo contundente a su agenda como un severo castigo al gobierno saliente.
En ese resultado tuvo un peso decisivo el electorado de Franco Parisi, la sorpresa de la primera vuelta, en la que había obtenido el 19,7% de los votos. Aunque el líder del Partido de la Gente evitó respaldar explícitamente a alguno de los candidatos y promovió el voto nulo, una porción significativa de sus votantes terminó inclinándose por Kast en la segunda vuelta, atraída por un discurso de orden, rechazo a la política tradicional y crítica al oficialismo. Esa transferencia silenciosa amplió la ventaja del candidato republicano y terminó de inclinar la balanza.
El dato lo confirma: los votos blancos y nulos apenas representaron 7,05% del total, muy por debajo del caudal que Parisi había cosechado en noviembre, lo que sugiere que su llamado a no optar por ninguno de los dos candidatos tuvo un impacto acotado.
La escena del triunfo empezó a tomar forma incluso antes de que se conocieran los primeros resultados oficiales. La música irrumpió en el comando de Kast apenas cerraron las urnas. Con un escenario montado que cortó la calle Presidente Errázuriz, frente a la sede del Partido Republicano, en el barrio de Las Condes, el clima de festejo se instaló desde temprano, con banderas, cánticos y un tono de celebración que anticipaba un desenlace favorable.
Para Kast y su entorno, el resultado es algo más que una alternancia en el poder. Funciona como un veredicto sobre el gobierno de Boric y sobre la promesa de cambios “fundacionales” que marcó el ciclo político abierto tras el estallido social de 2019. Para la izquierda, en cambio, la derrota confirmó el costo electoral de la inseguridad, el estancamiento económico y la frustración acumulada luego de dos procesos constitucionales fallidos. El presidente electo asumirá el próximo 11 de marzo.
Una victoria trabajada
El triunfo también tuvo sabor a revancha. En 2017, Kast había quedado fuera en la primera vuelta y, en 2021, perdió el balotaje frente a Boric. Esta vez, en su tercera candidatura presidencial, llegó con un diseño distinto: moderó el tono, dejó en segundo plano la llamada “batalla cultural” y concentró su mensaje en los temas que hoy dominan la conversación pública.
El politólogo Cristóbal Bellolio, profesor asociado de la Escuela de Gobierno de la Universidad Adolfo Ibáñez, lo había sintetizado en la previa: “Lo que ha hecho Kast durante todo este año es moderar su plataforma programática para disminuir resistencias. Entonces, él al moderarse y al abandonar —lo que en la Argentina mis amigos llaman— la batalla cultural, de alguna manera casi dijo: ‘Yo me voy a dedicar a seguridad, al combate a la delincuencia, al combate a la inmigración ilegal y a la economía’”.
Rodrigo Arellano, vicedecano de la Facultad de Gobierno de la Universidad del Desarrollo, suma un factor clave: la construcción de gobernabilidad. “En esta segunda vuelta mantuvo sus ejes temáticos, seguridad y empleo, pero ha dado señales claras de gobernabilidad al incorporar sensibilidades que en 2021 no lo acompañaron”, explicó. En ese movimiento ubicó el acercamiento a sectores de la centroderecha tradicional y de la derecha más dura, incluidos los respaldos explícitos de Evelyn Matthei, de la UDI, y de Johannes Kaiser, líder del Partido Nacional Libertario, que se encolumnaron detrás de Kast tras la primera vuelta.
Seguridad primero, economía después
La campaña estuvo atravesada por un cambio claro en las prioridades ciudadanas. Gilberto Aranda, profesor de Relaciones Internacionales de la Universidad de Chile, lo resumió sin rodeos: “Hoy día el tema número uno es seguridad; después, economía. En ese orden”.
Esa agenda no solo ordenó los discursos, sino que también tensionó el debate entre percepción y realidad. Bellolio lo planteó así: “En muchos sentidos la delincuencia ha disminuido bajo este gobierno. Sin embargo, la percepción es altísima”. Y explicó que esa sensación se alimenta por varios factores, entre ellos el uso político del tema: “La oposición siempre aumenta la sensación de crisis”.
Las encuestas respaldan ese diagnóstico. Distintos sondeos muestran niveles históricamente altos de temor al delito y una evaluación negativa de la situación de seguridad. Según Ipsos, más de seis de cada diez chilenos mencionaron el crimen y la violencia entre sus principales preocupaciones durante la campaña, mientras que estudios del CEP y de Cadem coinciden en que alrededor de ocho de cada diez personas creen que la delincuencia aumentó en el último año.“Cuestiones que se veían en televisión, ahora se empiezan a informar en los noticieros”, resume Aranda.
El desafío: gobernar
Con el triunfo consumado, el foco pasó de la campaña a la gobernabilidad, una preocupación que Kast buscó marcar desde temprano este domingo, cuando fue a votar en Buin. Allí afirmó que, si ganaba, sería “presidente de todos los chilenos” y que su gobierno no estaría “al servicio de un sector, sino del país completo”.
Arellano lo planteó como tarea inmediata: “Lo primero: configurar un gabinete que le dé gobernabilidad. Yo creo que ahí va a estar la clave de todo”. Y explicó el trasfondo: “Va a requerir grandes acuerdos de gobernabilidad que le permitan tener la posibilidad de poder avanzar legislativamente”.
Ese escenario llega acompañado de reparos que el nuevo presidente deberá despejar desde el inicio. Durante la campaña, distintos analistas señalaron la amplitud de algunas de sus promesas y la falta de precisiones sobre su implementación, especialmente en áreas sensibles como migración, seguridad y política económica.
El desafío, ahora, será convertir esas promesas en gestión y acuerdos, en un país donde el péndulo político se movió hacia la derecha, pero donde el voto obligatorio, la fatiga social y la fragmentación del Congreso anticipan un terreno complejo para gobernar.
Por María del Pilar Castillo