Con uno menos, River vivió un calvario. Un derrumbe en toda regla, que tampoco pudo atenuar con la entrada de Robert Rojas, que acusó la falta de ritmo y fútbol.
Sobraban roces y foules. Se jugaba poco, las interrupciones eran continuas. También las protestas, se discutía por todo, al árbitro solo le faltaba poner una mesa para reclamos. Se peleaba por cada metro del campo. Presión contra presión. Al límite, sin reparar mucho en el físico del rival. Las entradas duras y los golpes estaban a la orden del día. Iban solo tres minutos y el partido se interrumpió durante los dos siguientes por un pisotón de Enzo Pérez a Cano. El árbitro Esteban Ostojich iba a tener mucho trabajo, y decidió afrontarlo con cierta permisividad por las faltas. No las cortó de raíz y de ambos lados se sintieron con margen para volver a ir con todo.
El juego quedaba encorsetado en una franja de 60 metros, con las áreas excluidas. River salió con una postura medida, intentó hacerse fuerte en la línea media, con un abanico formado por Nacho Fernández, Aliendro, Enzo Pérez, De la Cruz y Barco para cubrir todo el ancho. Fernández y Barco eran los que secundaban más de cerca al siempre laborioso Beltrán.
En medio de un desarrollo cortado, River había llegado con un par de remates de media distancia, de Beltrán y Barco, ambos despejados al córner por el arquero Fábio.
River no pasaba zozobras ante un rival cargado con jugadores experimentados, con siete de ellos de más de 30 años y un promedio general de 31. Entre ellos hay uno que tiene el vigor y la potencia de un veinteañero. Germán Cano (35) salió hace muchos años de la Argentina como un goleador de incierta proyección. Tras un largo recorrido por el fútbol sudamericano y México, en Brasil terminó de explotar como un predador del área.
Una fiera que River no pudo enlazar cuando, a los 29 minutos, entró al área para recibir una pase de Keno, esquivar las coberturas de González Pirez y Mammana para definir con un taponazo de zurda al ángulo. Armani ni vio la pelota.
El gol rompía un partido que había corrido por otros carriles, más trabados y ásperos. El planteo de contención ya no le servía a River. Debía forzar un poco más, si bien nunca había renunciado al ataque.
El ambiente estaba tenso, desde las tribunas del Maracaná se transmitía fervor y ansiedad. Este River supo manejar partidos desde la superioridad futbolística, pero también sabe desenvolverse en la adversidad, adaptarse a contextos complejos y darle forma a una reacción. En esta Copa Libertadores ya lo tuvo que hacer ante Sporting Cristal.
En sus recursos individuales y colectivos, River encontró el empate bastante rápido. Casco abrió un pase a la derecha, donde De la Cruz se impuso a su marcador con dosis iguales de habilidad y garra. El uruguayo lanzó el centro rasante para la definición del siempre amenazante Beltrán. El primer tiempo había dejado un gran desgaste para los dos, tanto en lo físico como en lo emocional.
Lo que ocurrió en el segundo ya está contado. River, en el campo y con las decisiones de Demichelis, hizo todo mal. Quedó atrapado en sus equivocaciones. No fue una derrota más, aunque el entrenador es optimista: “Hay que dar vuelta la página lo más rápido posible, asumir el dolor. Tenemos líderes para eso. Seguramente le vamos a dedicar un buen partido a la gante que el domingo va a colmar el Monumental. No tengo dudas de que nos vamos a levantar en lo anímico”.
Fue un palo muy duro, con aplazos para los jugadores y el entrenador. Se complica en la Libertadores y dio el peor paso en la pretensión de llegar bien plantado al superclásico del domingo.