Escribe: Francisco Hormaechea.- Son las 8 de la mañana. Frío en Buenos Aires. La cola para el colectivo es bastante larga. Claro es el horario en que nos vamos a trabajar. Entre otros estaba ella, Pelusa, como le decían de chiquita. Tanto el padre como la madre, eran inmigrantes que lucharon en la guerra civil española a favor de la república. Aquella República cuyos principios también supieron defender dos grandes poetas españoles, Federico García Lorca quien murió asesinado por los falangistas y Miguel Hernández muerto en las cárceles de Franco.
De esa parada de colectivo la secuestraron a Pelusa, imposible resistirse cuando te pegan con una llave cruz hasta desmayarte. Si si, a plena luz del día fue secuestrada Pelusa para luego trasladarla a la ESMA, el campo de concentración más grande del país.
La encapucharon y luego la ataron a una parrilla para aplicarle la picana eléctrica, instrumento creado por Polo Lugones hijo del poeta Leopoldo Lugones, cuando fuera jefe de policía durante el gobierno fascista de Uriburu.
Sus captores no entendían que esta mujer tan débil, no gritara ni dijera una palabra luego de recibir semejantes descargas eléctricas de manera consecutiva, sentían por un momento que los estaba venciendo una pobre mujer absolutamente indefensa frente a esos monstruos acostumbrados a sentirse dueños de la vida y de la muerte de tantos hombres y mujeres que a diario eran sometido a todo tipo de vejámenes.
Pelusa aguantó y no habló debido a su fortaleza adquirida por el sufrimiento de haber perdido a su marido y sus dos hijos de 18 y 15 años, todos asesinados y desaparecidos.
Tal vez, sólo desde ese dolor fuera capaz de no gritar ante semejante tortura.
Encapuchada, tuvo que soportar además la visita de oficiales que la violaron una y otra vez, ahí mismo o en algún hotel o quinta que destinaban al efecto.
También fallecieron sus padres, le dijeron que debía viajar para retirar la herencia, porque los bienes se venderían y le iba a quedar la plata. Viajó con su violador que se quedó con todo el dinero luego que ella tuviera que firmar obligada todos los papeles para la venta de los bienes. Solo le entregó unos pocos dólares. Cuando regresaron, volvió a su lugar de confinamiento pero previamente entregó la plata a otro oficial que le dijo se la iba a guardar, lo cierto es que ese dinero tampoco lo vio más.
Un buen día la llevaron a Europa, donde recuperó la libertad, pero siempre vigilada, tan vigilada que su violador aparecía cada tanto, hasta que ella, Pelusa, encontró su salvación en un Organismo de Derechos Humanos, que la cobijó y le dio trabajo.
En muy pocas oportunidades volvió a su patria, una de ellas para enterrar los restos de uno de sus hijos y su marido que fueron encontrados por el Equipo de Antropología Forense. Los restos del otro hijo continúan desaparecidos. Permaneció un buen rato en el cementerio recordando que alguna vez fueron una familia feliz.
La última vez, para el juicio en donde declaró contra sus captores, los mismos que la torturaron y violaron. Allí ella, Pelusa, los enfrentó con las fotos de sus hijos y de su marido.
Nota: Basado en los relatos del libro PUTAS Y GERRILLERAS de Miriam Lewin y Olga Wornat